miércoles, 8 de agosto de 2007

Rebuscando, rebuscando...

por el disco duro me encontré una cosa que escribí hace bastante tiempo ya, y como Javi dice que no renuevo el blog (mi principal cliente, accionista y apoyo moral... bueno, no, eso último no, que es un poco cabroncete...) pues os la cuelgo aqui, a ver si os mola:

En un rincón lejano del universo se encuentra una ciudad que vive en una eterna noche. Los edificios alargados hasta el cielo y la luz azulada que refleja la luna y las estrellas crea una silueta mística que envuelve de misterio esta ciudad. Y en el centro de ésta se encuentra el edificio más alto e importante de la ciudad, la torre del reloj. El reloj de esta torre no mide el tiempo de forma normal, sino que lo hace de forma lenta y pesada. Pero eso ya a nadie importa, siempre es de noche. Debido a la escasa luminosidad de la luna -pocos son los que recuerdan cuando fue la última vez que brillo con fuerza- los ciudadanos se han visto en la obligación de instalar farolas con luz artificial en las calles. Y en el rincón más oscuro y solitario de la ciudad se encuentran las Calles del Infinito, llamadas así porque nunca acababan, y los que se internaban en ellas acababan locos. En ellas habita un misterioso mago llamado Manduk.

Tapiuk vivía en una casa pequeña y alargada, exactamente igual al resto, tenía 13 años y odiaba ir a la escuela. Según él, era una pérdida de tiempo, siempre hablando de cosas que habían pasado y personajes muertos que no habían aportado nada. En parte, tenía razón. Esta ciudad estaba muy anclada a lo que ellos llamaban La Tradición, y consistía en pensar que si algo estaba bien, ¿por qué habría que cambiarlo? La Tradición se puede observar en la manera en que se ponían los nombres: todos ellos debían acabar en –uk.

Un buen día, Tapiuk estaba jugando cerca de las Calles del Infinito cuando su balón salió disparado hacia ellas. El miedo invadió su cuerpo. Quería recuperar su balón, pero recordaba las historias que había oído a su abuelo y lo loca que acababa la gente que salía de ella… si conseguía salir. No obstante, él notaba que algo le atraía hacia ellas, y su curiosidad no tardo en dirigir sus piernas hacia aquellas oscuras calles.

Avanzó unos metros y vio que la oscuridad no era tanta, a su alrededor había un circulo de luz. Quedo maravillado con las casas, todas ellas de diferente forma, color… bastante diferentes de las del resto de la ciudad. Conforme se iba adentrando tenía menos ganas de encontrar el balón, estaba descubriendo un mundo completamente nuevo al que conocía. Eso si que era una auténtica ciudad: grandes monumentos, amplias plazas, alegres jardines… pero todo este trance se rompió en cuanto vio una extraña silueta que se acercaba.

Tras el se encontraba Manduk, y le dijo con voz potente y majestuosa:

- Te estaba esperando.

Tapiuk se quedo mudo y solo alcanzó a preguntar:

- ¿Por qué a mí?.

Y, sonriendo, el mago le respondió:

- Por el brillo de tus ojos.

Sin decir más, el mago le comenzó a contar una historia muy antigua:

“Hace mucho tiempo esta ciudad vivió una época muy prospera: la luna brillaba con intensidad, la gente era alegre… esta alegría era en gran parte debida a su afán de trabajo e innovación. Siempre estaban inventando cosas nuevas, siempre estaban pensando nuevas metas, persiguiendo nuevos sueños, hasta que un día alguien dudó, y comenzó a hacer las casas iguales, a protegerse en el pasado… sin tener en cuenta su futuro. La luna comenzó a perder fuerza, y la gente se fue alejando de aquella zona para instalarse en otra mas clara, más cómoda. Y se encerró en el pasado, renunciando a su futuro”

Tras una larga pausa, el mago añadió:

- Y esa es la razón por la que apenas brilla la luna, la gente se ha olvidado de sus sueños, no tiene en cuenta su futuro, y la luna se alimenta de sueños. Acompáñame, quiero enseñarte algo.

El niño siguió al mago hasta que llegaron al límite de aquellas calles, ¡no eran infinitas! Delante de ellos sólo se encontraba un gran desierto. El mago rascó la cabeza al chico y dijo:

- Aquí fue donde terminó su futuro, y este es el lugar donde empieza el vuestro. Vosotros mismos debéis labrarlo y construir más casas. Olvidar La Tradición y dejaros llevar por lo incierto, solo así encontrareis nuevos sueños y la luna brillará con fuerza.

El niño, sorprendido, preguntó:

- ¿Pero no se supone que el infinito nunca tiene fin?.

- Y no lo tiene, siempre habrá alguien trabajando en estas calles hasta la eternidad.

El mago y Tapiuk contemplaron un rato más el desierto, ese era su futuro, el suyo y el de todos. Dieron media vuelta y se dirigieron a la ciudad para contar a todos lo sucedido. El mago le dijo a Tapiuk que no tuviera miedo del desierto, ya que eso fue lo que hizo dudar a la gente. No debía tener miedo a lo incierto.

Aquel día Tapiuk había aprendido mucho, y sin necesidad de ir al colegio. Sólo tenía miedo de que la gente le tomara por loco, pero luego pensó que si había gente así era porque no tenían aspiraciones en su vida. Esta idea tranquilizó su corazón, sólo le quedaba una duda:

- Tu dices que olvidemos La Tradición pero… ¿por qué mantienes tu nombre como manda La Tradición?

- Nunca debes renunciar a tu pasado, chico.

Tras estas palabras el mago le guiñó un ojo, lo cogió de la mano y lo acompaño hasta su casa, orgulloso de haber encontrado un digno sucesor suyo.